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Revista Eutopía, año 2, núm. 3, enero-junio 2017, pp. 103-150
Por lo anterior, se afirma que la disputa en torno a la política de desarrollo
rural se ha convertido en una de las manifestaciones de la lucha de clases
2
.
En esta disputa se enfrenta el movimiento campesino –que pretende que
dicha ley sea aprobada y que se ponga en marcha la política– ante la clase
dominante –y el capital transnacional instalado en Guatemala– articulada
en la Cámara del Agro y el Comité Coordinador de Asociaciones Agrícolas,
Comerciales, Industriales y Financieras (Cacif), quienes han vetado la
aprobación e implementación coherente de ambas propuestas. La solución
a esta disputa representa la continuidad histórica o la posibilidad de
desatar uno de los nudos problemáticos que impide gestar un modelo de
desarrollo alternativo en y desde el campo, que se oriente a potenciar las
máximas posibilidades de la economía campesina y la gestión coherente del
territorio. Asimismo, la posibilidad de que la lucha de clases se reconfigure,
siendo que tendería a modificar –relativamente y desde las relaciones
económicas– la correlación de fuerzas en el campo.
Esto llevó a indagar cuál es el contexto, justificación, curso y carácter de la
disputa por la política de desarrollo integral y, desde ahí, cuáles se constituyen
en retos del movimiento campesino en su determinación por lograr una
política de desarrollo rural integral que tienda a resolver la problemática
prácticas de desposesión [que] comprenden la mercantilización y privatización de la tierra y la
expulsión forzosa de poblaciones campesinas; la conversión de formas diversas de derechos
de propiedad (comunal, colectiva, estatales, etc.) en derechos exclusivos de propiedad privada;
la supresión de los derechos sobre los bienes; la mercantilización de la fuerza de trabajo y la
eliminación de los modos de producción y de consumo alternativos (autóctonos); procesos
coloniales, neocoloniales e imperiales de apropiación de activos (recursos naturales entre ellos);
y por último, la usura, el endeudamiento de la nación y, lo más devastador, el uso del sistema
de crédito como medio drástico de acumulación por desposesión»; David Harvey, El nuevo
imperialismo (Madrid: Akal, 2004), 116.
2 Con relación a la lucha de clases, Valdés plantea que esta «[…] se expresa mediante las formas
más diversas. Se libra en las distintas esferas de la vida social-económica, política y espiritual,
y se puede alcanzar un grado diferente de enconamiento: desde la resistencia pasiva a la clase
enemiga hasta la ofensiva contra sus posiciones y los más violentos choques de clases. Puede
ser soterrada o franca, espontánea o consciente»; Gilberto Valdés, «Clases sociales y revolución
social», en Clases sociales y movimientos populares en América Latina, ed. por Gilberto Valdés, Alberto
Pérez y Roberto Regalado (México: Ocean Sur, 2012), 14. De la Fuente, por su parte, plantea:
«El concepto lucha de clases no designa simplemente el hecho de que una o varias porciones de
la sociedad pugnen, antagónicamente, por mejorar la proporción que les toca de la producción
social; tampoco menciona un grado de intensidad de dicho conflicto –en el sentido de que la
lucha podría evolucionar de serena y civilizada, gremial y democrática, a antagónica y clasista–.
[…] nombra el acontecimiento de una cesura, de una partición fundamental, la dinámica de una
separación, de una diferencia, el conflicto de una distancia, el dirimirse de una desgarradura.
[…] La lucha de clases implica el enfrentamiento de contrarios vinculados entre sí a través de
una separación, una distancia, una inconmensurabilidad»; Gerardo de la Fuente Lora, «Lucha de
clases. El conflicto irrebasable», Memoria, núm. 260 (2016): 3 y 5.