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Revista Eutopía, año 1, núm. 2, julio-diciembre 2016, pp. 289-299, ISSN 2518-8674 

en la naturaleza de la dominación. Todos los tipos de dominación se basan 
en el mantenimiento de un secreto, y este secreto es que los dominadores 
dependen de los dominados. Esta dependencia constituye la debilidad, la 
fragilidad de la dominación. Para los dominados esta dependencia es la 
sustancia de la esperanza. El capital depende del trabajo: este es el tema 
central de El Capital de Marx. La teoría del valor-trabajo nos dice que la 
riqueza y el poder del capital están creados por el trabajo, es decir, por una 
actividad humana que está alienada y deformada de una manera que la 
transforma en trabajo que produce valor y plusvalía.

Esta dependencia respecto al trabajo constituye ya la fragilidad de la 
dominación, pero en el caso del capital existe otra dimensión porque el 
capital incorpora un impulso demoniaco: no solamente requiere subordinar 
y explotar al trabajo, lo tiene que hacer más y más y más con cada día que 
pasa. Si no, la tasa de ganancia va a caer, la competencia se va a volver aún 
más frenética y va a estar obligado a reestructurarse de manera drástica, lo 
que se puede realizar solamente a través de una agresión masiva contra las 
formas actuales de vivir –la «tormenta» mencionada por los zapatistas y que 
todos estamos experimentando actualmente–. Es muy posible, o más bien, 
es ya la normalidad del capitalismo, que el capital nos esté subordinando 
cada vez más, mientras que al mismo tiempo sea incapaz de subordinarnos 
lo suficiente para asegurar su reproducción estable. Puede ser entonces que 
los dos lados estén perdiendo al mismo tiempo. La respuesta del capital 
en los últimos setenta años ha sido esconder la brecha entre sus logros 
y sus requerimientos a través de la expansión constante y masiva de la 
deuda, con toda la violencia y la volatilidad que esto conlleva. El mundo 
ficticio generado por la expansión del crédito refuerza la ilusión de que la 
victoria del capital sobre nosotros es absoluta, mientras oculta su propia 
inestabilidad profunda.

La dependencia del capital respecto a la intensificación constante de la 
subordinación de la actividad humana a su propia lógica, la lógica de la 
ganancia, es su violencia, pero también su enfermedad crónica y progresiva. 
Nosotros, nuestra resistencia necia contra la subordinación total a la lógica 
del capital, somos la crisis del capital. Nosotros somos el problema que el 
capital es incapaz de resolver. El capital es incapaz de superar el hecho de 
que depende de nosotros: esta es, al mismo tiempo, la fuerza que empuja la