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Revista Eutopía, año 1, núm. 2, julio-diciembre 2016, pp. 227-238, ISSN 2518-8674
no es un artículo teórico, sino etnográfico, rico en datos.
Supone la observación participante de varios meses. Enfoca el
liderazgo cristiano de la megaiglesia Fraternidad Cristiana de
Guatemala: cómo se enseña y cómo se practica dicho liderazgo
en la evangelización neopentecostal. Estudia también cómo
ese liderazgo tiene impacto en la formación de una ciudadanía
cristiana. Para el autor, la evangelización neopentecostal no
se explica solamente por la ideología de la prosperidad, como
decía Claudia Dary, puesto que también se orienta a la solución
de grandes problemas de Guatemala, como las crisis familiares,
la borrachera, la violencia de las maras y la pérdida de sentido.
La iglesia se sostiene organizativamente por células de unas
quince personas jóvenes, o de matrimonios, de jóvenes y
adultos, por aparte. Cada una tiene dos líderes que las coordinan
y, a su vez, transmiten la formación que ellos reciben. Estas
células celebran servicios descentralizados en casas particulares
y proliferan subdividiéndose. Las células del mismo tipo, por
ejemplo de jóvenes, forman una red que se reúne cada mes.
El modelo es el de Jesús que envía a los doce apóstoles a
misión y el de los primeros cristianos, según Hechos. Por eso, el
liderazgo se llama también discipulado. Los líderes son pastores
auxiliares y reciben formación bíblica y formación sobre
métodos para hacer crecer la iglesia. La Iglesia neopentecostal
tiene un dinamismo fuerte de «iglecrecimiento». Su meta es
multiplicarse numéricamente y «juntos ganar a Guatemala para
Cristo». Hoy tiene 15 mil personas y seiscientas células familiares
y su composición es de clase media urbana (profesionales,
universitarios, empleados del gobierno y de empresas…). No
niega el autor que imprima una dinámica de aspiración a la
mejoría socioeconómica individual, pero insiste que también
tiene una dinámica para contribuir a la causa común. En las
conclusiones menciona dos casos de liderazgo cristiano, el de
Ríos Montt y de Erwin Sperisen, no para justificarlos, porque
se implicaron «con excesos en el uso de la violencia estatal»,
sino como un ejemplo de «lo que se perfila […] en la práctica
ciudadana vivida por la creciente población (neo) pentecostal
del país».