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Revista Eutopía, año 1, núm. 2, julio-diciembre 2016, pp. 227-238, ISSN 2518-8674 

Mencionaré un par de méritos principales. Uno es que al 
investigar a Foucault no ve únicamente la subjetivación, 
diríamos, negativa, es decir, aquel aspecto del proceso que al 
construir al sujeto lo sujeta y aprisiona en una identidad, sino 
también el otro aspecto que lo empodera para liberarse de ese 
mismo aprisionamiento identitario. El presentar esta tesis en 
Guatemala, donde Foucault ha influido, como dicen algunas 
personas, para hacer una religión de su sistema, creo que nos 
abre una ventana, no para rechazar a Foucault, sino para utilizar 
su teoría con menos determinismo y más humanización, sin 
casarse, como decimos, exclusivamente a ella, sino viéndole sus 
movimientos y potencialidades. No hay nada que a Foucault 
más le disgustaría que encasillarlo en una identidad, como 
hace la policía cuando lo ficha a uno, o un hospital siquiátrico 
cuando archiva su caso y lo etiqueta de loco.

Otro mérito es el de traer a la mesa de la discusión el tema 
del animismo, una teoría vieja del antropólogo Edward Tylor 
(1871) que concebía que el animismo era la primera forma de 
religión en el mundo y el sustrato de toda religión. Lo aplica a 
la espiritualidad maya y quisiera aplicarlo, no sé si con mucho 
éxito, a la religión evangélica (a no ser que sea la evangélica 
maya). El animismo es ese sistema religioso que considera que 
todas las cosas son vivas, no solo las plantas, los animales y los 
seres humanos, sino también las rocas, las nubes, la lluvia. Hasta 
el tiempo es vivo en la espiritualidad maya, pues los días tienen 
sus dueños espirituales. El concepto que une a todos los seres 
es el alma, anima’, dice. Es muy importante retomar este tema 
dadas las acusaciones que se le hacen a la espiritualidad maya de 
panteísta, politeísta, etc. El autor, soslayando estas acusaciones, 
ve que el mismo concepto une a las personas humanas con 
las personas divinas de la santa Trinidad, afirmación bastante 
aventurada, ya que se trata de dos cosmovisiones distintas, la 
maya y la cristiana. Pero es un mérito del autor poner sobre el 
tapete la cuestión del animismo, tema refundido en el pasado y 
recientemente desenterrado.