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Revista Eutopía, año 1, núm. 2, julio-diciembre 2016, pp. 51-109, ISSN 2518-8674
Esto ha producido una institución que, desde el punto de vista del modelo,
ha sido un fracaso, si se evalúa su capacidad de responder a la demanda
efectiva por el acceso a la tierra (cuadro 16). Dependiendo de la fuente y la
estimación de la demanda, la capacidad de respuesta del Fondo de Tierras
oscila entre 2.5 % al 5.5 %.
Merece recordar que entre los supuestos para el buen funcionamiento
del Fondo de Tierras están el transparentar y dinamizar el mercado de
tierras; sin embargo, hasta 2016 no se han aplicado los mecanismos que
coadyuvarían a tales propósitos, como por ejemplo, gravar las tierras ociosas
e improductivas. Asimismo, el programa de titulación de tierras tampoco
ha logrado bajar el número de fincas sin registro catastral y jurídico.
La combinación de ambos factores alienta la especulación de tierras y la
imposición del precio a criterio de los propietarios de las fincas que saben
que solamente por poseer el título de propiedad llevan una ventaja con
respecto a otros propietarios. Otro supuesto sobre el cual se erigió el modelo
fue el de asegurar líneas de financiamiento para inversiones productivas y
sociales. Los recursos obtenidos por los beneficiarios (subsidio alimenticio,
por ejemplo) fueron invertidos para pagar el capital de la nueva deuda
contraída con el Fondo de Tierras y/o construir viviendas en el nuevo
asentamiento.
En la práctica, el fracaso del modelo ha sido aceptado por parte del Estado
al impulsarse un programa alternativo al Fondo de Tierras, denominado
Programa de Atención a Crisis. Dicho programa ha involucrado a más
de mil familias distribuidas en 22 comunidades. La Secretaría de Asuntos
Agrarios (SAA) –entidad cuya misión no es distribuir tierras– ha invertido
en ese programa cerca de 60 millones de quetzales (cuadro 17).