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Revista Eutopía, año 1, núm. 1, enero-junio 2016, pp. 71-91

Un centro como lo fueron Londres o, más tarde, Estados Unidos […] sino 
un cruce de caminos en un espacio sin fronteras […] París, en aquella época, 
pierde poder para ganar universalidad […] la razón se materializa en un espacio 
descentrado. París se suicida como centro. Abandona el derecho al poder a favor 
de la universalidad: el poder a cambio del saber […] no se considera el centro de un 
espacio ni de un imperio, desde el momento que da o deja el puesto a la ciencia en 
su conjunto […] señala un tiempo y un lugar decisivos en la historia de la ciencia y 
de la humanidad occidentales […] lo que emerge con una fuerza asombrosa podría 
denominarse totalidad o colectividad, u orden, o mejor todavía, sociología de las 
ciencias

14

Pero la ciencia entera entrará a formar parte del poder, ya que en realidad 
querrá para ella todo el poder: “introduciéndose de golpe en la política, 
no individualmente, sino en bloque […] que se prepara para hacerse con 
todos los puestos; los sabios piensan, viven, actúan dentro de un colectivo 
que obedece a sus propias leyes […] En nombre del saber, la ciencia tiende 
a convertirse en un hecho social íntegro”

15

. Y en este afán, la ciencia se 

hace acompañar por la historia, a la que le pide, sometiéndola, respaldo y 
legitimidad.

Desde su visión liberal –forzosamente en contradicción con la realidad 
intelectual de la Francia de entre siglos, que es generalmente refractaria 
a las corrientes de pensamiento originarias de Gran Bretaña– Friedrich 
Hayek lanza sobre este positivismo, al que llama “cientismo”, toda su 
artillería moral-intelectual, situándolo en el origen, nefasto a su entender, 
del prototipo de construcción positivista de la época: la Escuela Politécnica. 
Aunque reconoce que “nunca el orgullo por las conquistas de las ciencias 
naturales y la confianza en la omnipotencia de sus métodos estuvieron 
más justificados que en la época a caballo de los siglos XVIII y XIX, y 
en ninguna parte como en París, donde se congregaron casi todos los 
mayores científicos de la época”

16

, clama especialmente contra la “ilegítima 

extensión a los fenómenos sociales de los métodos científicos”. Señala de 
modo especial a Condorcet que, con sus matemáticas sociales y el cálculo 
de probabilidades, se había mostrado convencido de que el estudio de los 
fenómenos físicos y los sociales se deben acometer bajo el mismo enfoque. 
Esta interpretación de los fenómenos sociales es desvinculada netamente 

14 Serres, “Paris 1800”, 386-388.

15 ibid., 389.

16 Hayek, La contrarrevolución, 165.