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Revista Eutopía, año 1, núm. 1, enero-junio 2016, pp. 71-91
Hayek relacionará esta mentalidad con el surgimiento del socialismo,
subrayando la larga estela de politécnicos en la historia de las ideas socialistas,
empezando por Saint-Simon (1760-1825) y acabando con George Sorel
(1847-1922), pasando desde luego por Comte, Enfantin, Cosidérant “y
algunos centenares de rusonianos y furieristas posteriores, seguidos de una
legión de reformadores sociales a lo largo del siglo”. Hayek se interesará,
además, por el vínculo que el socialismo posterior muestra en su origen
con este pensamiento politécnico y por eso declarará que:
Las dos grandes fuerzas intelectuales que a lo largo del siglo XIX transformaron
el pensamiento social –el socialismo moderno y esa especie de positivismo que
nosotros preferimos llamar cientismo– surgieron directamente de este cuerpo de
científicos profesionales e ingenieros que se formaron en París, particularmente
en la nueva institución que encarnó el nuevo espíritu como ninguna otra, la École
Polytechnique
38
.
La realidad, sin embargo, fue que los politécnicos “se preocuparon muy
poco de los problemas del hombre y de la sociedad”, tarea que había
correspondido al grupo de los idéologues ilustrados, “que la marea de
cientismo barrió y que la persecución política silenció, cayendo sus ideas
en manos de jóvenes ingenieros que las distorsionaron y cambiaron
haciéndolas irreconocibles”
39
. Los idéologues, que habían sido reducidos al
silencio con la marea revolucionaria y la exaltación positivista, estimaban
que en las ciencias sociales no debían tener cabida ni las matemáticas ni la
estadística, por no ser herramientas adecuadas para resolver la complejidad
de la acción humana. Así opinaban los más conocidos representantes del
grupo, como Destutt de Tracy y Le Say (especialmente crítico este con la
insistencia matemática de su, por otra parte, gran amigo, Condorcet). No
obstante, tanto los idéologues de orientación liberal como los politécnicos
compitieron por apropiarse de la Ilustración, si bien fueron los segundos
los que se emplearían de forma exacerbada, imponiendo el criterio central
del dominio absoluto de la ciencia sobre la naturaleza.
38 Hayek, La contrarrevolución, 165.
39 ibid., 178-179. Hayek, liberal incorregible, señala que, mientras que los politécnicos se hicieron
admiradores y amigos de Napoleón y recibieron de él toda clase de apoyos, los ideólogos
permanecieron firmes defensores de la libertad individual y por ello incurrieron en la cólera del
déspota.